Mis manos podridas,
por tantos apretones hipócritas.
Mi espalda y pecho podridos,
de tantos abrazos obligatorios.
Mis mejillas,
muertas,
por el legado de judas.
Mis ojos inservibles
no distinguen
entre sonrisas innecesarias,
decentes o hipócritas.
Mis pies podridos
aún buscan en hogares ajenos,
la falta de prejuicios,
el interés del enriquecimiento mutuo.
Mi boca podrida
que intentaba cambiar
un mundo mediocre y desagradecido,
ahora se mantiene cerrada
por miedo a expresar
palabras infectadas de un virus
que ahora se conoce como honestidad.
Mis oídos podridos
de escuchar al acero que penetra
espaldas aun más podridas que la mía
Mi cerebro podrido de pensar.
Mis pensamientos
se están pudriendo
y tratan de convertirme en un corbatín,
en una tarjeta de presentación.
Mis pulmones,
podridos por respirar este aire
viciado de incomprensión y envidia.
Mi corazón aguarda paciente
para terminarse de pudrir,
por mujeres hermosas, abundantes,
que confunden la nobleza con la estupidez.
Mi conciencia ya no es intachable,
pero aun conserva un dejo
de sensatez y autocrítica.
Mas no importa si mi cuerpo sucumbe
ante tanta putrefacción circundante o
ante la putrefacción interna.
Pues mi inconformismo
y mi voluntad de cambio
no se pudren con los años como frutas,
se endurecen cual diamante.